martes, 7 de enero de 2014




No sabía muy bien a dónde viajar esta vez y que las niñas lo pasasen en grande. Además, en invierno, con tanto temporal, los destinos se reducen bastante. Hacía tiempo que quería ir a Oporto, pero amenazaban lluvias… aún así maleta en mano y niñas en los pies, tomamos el avión que nos llevo hasta esta hermosa ciudad del norte de Portugal.
Por Rosa Maestro

El hotel elegido, más céntrico imposible, el Pao de Acucar, uno de tres estrellas pero fabuloso en cuanto a calidad precio, con desayuno buffet y wifi incluido, lo que hacía que estuviésemos entretenidas al caer la noche. No aconsejo coger un hotel fuera del centro porque los transportes públicos en Oporto son muy caros (2,50 por trayecto y los niños también pagan). Como estábamos al lado de la Avenida de los Aliados todo lo hicimos andando y sin tardar mucho.



El primer día nos llovió bastante pero no nos importó, lo pasamos igual de bien. Fuimos a tomar algo al café Majestic, una maravilla del siglo pasado que te hace recordar épocas mágicas que ya difícilmente volverán, con un encanto perdido en todos los sentidos. De ahí recorrimos no sé cuantas iglesias, todas ellas preciosas y la estación de San Bento, divina, construida a principios del Siglo IX sobre los restos del antiguo convento de San Bento del Ave María, que aún conserva ese aire melancólico y antiguo que caracteriza la ciudad de Oporto, uno de los grandes tesoros de la ciudad. Su hall decorado con más de 20.000 azulejos en los que se relata la historia de Portugal os dejará impresionados; porque si algo me recordó esta ciudad fue a ese Madrid que yo viví de joven en los años 80, algo decadente, como a medio hacer, con sus barberías de antaño, tiendas que solo estaban ya en mis recuerdos y gentes de otras décadas.
De ahí directas a la Librería Lello, donde dicen que se rodaron algunos pasajes de las películas de Harry Potter. Nunca había visto una librería tan hermosa, tan bella, tan acogedora…Lástima que la calidad literaria no acompañará a su calidad arquitectónica, y que tuviesen tan pocos libros españoles para poder comprar. Por algo la han descrito comola librería más bonita del mundo. Tarde en poder salir de ella, porque me quedé fascinada, como si el tiempo no pasase. Me hubiese quedado horas y horas en ella.
Empezó a caer agua como en mi vida había visto y al estar  la ciudad  en cuesta los ríos eran impresionantes. Menos mal que fuimos bien ataviadas con botas de agua y las niñas se lo pasaron en grande saltando de charco en charco… Fue un gran día.
El segundo día amaneció claro, amenazaba con salir el sol. Desayunamos fuerte para poder caminar y caminar. Y no lo pensamos dos veces: tocaba crucero por el río Duero. Estaban como locas y tuvimos suerte porque cogimos sitio en el exterior. Disfrutamos en grande haciendo fotos de tan hermosos paisajes y de nosotras. También montamos en funicular, tranvía (impresionantemente bello) y teleférico….Sin duda, fuimos a la cata de vinos. ¡Qué buenos!, ¡Qué ricos! Y ¡Qué bien nos sentaron! La salida, os la imagináis, “me pone para llevar un rosado, un ruby, un  tinto”.  ¡Madre lo que pesaban!
Y seguimos, esta vez en busca de un buen bacalao. Y dimos con él, en la zona de la Ribeira. Nos alejamos un poco del turisteo y menudo bacalao y pulpito que nos metimos para el cuerpo. Terminamos exhaustos así que hicimos una parada en la Iglesia Congregados, la que más me gustó, no sé si por su belleza o por el vino… Pusimos unas velas. No me gusta la Iglesia como institución, pero me gustan los centros de oración, sean de la religión que sean, por la paz que trasmiten, por la calma que te ofrecen…Y después de poner las velas, cogí una de ellas para encenderla en casa – dicen que una vez encendida en la Iglesia si luego la enciendes en casa te trae prosperidad -. Luego una visita a la Catedral, ya bastante de noche, desde donde disfrutamos de unas hermosas vistas de la ciudad a oscuras. Y al hotel, agotaditas…
El tercer día amaneció lloviendo pero en cuanto salimos por la puerta del hotel el tiempo decidió cambiar para nosotros y a ratos sol, a ratos nubes. Teníamos pendiente la Iglesia de los Clérigos y su torre son uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad. La torre tiene más de 200 escalones y éstas me dejaron atrás… Pero una vez arriba, el viento nos hacía imposible todo, así que, aunque las vistas eran impresionantes, decidimos regresar y otra vez será. Nos dimos una vuelta por el mercado do Bolhao, un lugar nostálgico donde montones de vendedores exponen sus frutas y verduras como si por ellos nunca hubiera pasado el tiempo. Paseamos un poco más por la zona comercial y antes de regresar nos acercamos de nuevo al café Majestic, donde disfrutamos de unos buenos espaguetis a la boloñesa. De ahí directos al avión y a la también encantadora rutina del hogar.
Un comienzo de año inmejorable, y tres días inolvidables.

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